Por Teófilo Benítez Granados, Rector del Centro de Estudios de Ciencias Jurídicas y Criminológicas (CESCIJUC)
El carácter de comunicación e interdependencia de los procesos económico, social, cultural, tecnológico y educativo, propios de la globalización, ya es irreversible.
La interconexión de los mercados y la relación cercana de las ofertas educativas cierran el cerco de la aldea global. La transformación social es inminente. La globalización se identifica como un proceso propio de las sociedades capitalistas y, por ende, industrializadas. Sin embargo, la revolución informática se expande a todos los ámbitos.
Corresponde a cada uno de los gobiernos de economías emergentes implementar las políticas necesarias y suficientes para que su población periférica acceda a Internet y que esta herramienta les provea de formación e información.
La democratización de la cultura y la educación es posible si se aplican los mecanismos y herramientas necesarias. Para ello se necesita voluntad política, elaboración de un marco jurídico, mejoramiento de las condiciones económicas y orientación para aprovechar las oportunidades educativas del mundo interconectado.
El acceso a las opiniones provenientes de las redes globales de comunicación facilita la difusión de ideas críticas y la transmisión de las opiniones de los ciudadanos comunes, por encima de la mera visión oficial y sin estar a merced de los medios establecidos.
La globalización puede usarse a favor de la sociedad. Sin embargo, hay quien alerta sobre el peligro de la apertura indiscriminada.
Bajo esta óptica, la globalización no necesariamente significa mejorar el acceso a la formación, la educación y cultura. También representa la integración de prácticas culturales, tales como el uso de marcas, consumo irracional de medios, asunción de valores ajenos a la idiosincrasia original, adopción de íconos insustanciales, reconocimiento y admiración a personajes triviales, adopción de un imaginario colectivo imaginado y adopción de costumbres sin raigambre.
Esto puede subsanarse a través de una política cultural coherente e inteligente.
Así, en lugar de erosionar la cultura originaria, podría servir para fortalecer y difundir la naturaleza cultural de los pueblos.
La esencia cultural puede difundirse a través de el cine, televisión, literatura, música, muestras gastronómicas, proyectos turísticos…
La identidad cultural puede representar una concepción inmovilista de la cultura que no tiene el menor fundamento histórico. ¿Qué culturas se han mantenido idénticas a si mismas a lo largo del tiempo? Para dar con ellas hay que buscarlas en las pequeñas comunidades primitivas mágico-religiosas. Todas las otras, las modernas y vivas, evolucionan hasta ser un reflejo remoto de lo que fueron hace dos o tres generaciones atrás.
Entonces la noción de “identidad cultural” es peligrosa porque desde el punto de vista social representa un artificio de dudosa consistencia conceptual, y desde la perspectiva política un peligro para la libertad