Anoche, el Teatro Metropolitan se convirtió en una explosión de baile, humor, tradición y comunidad cuando Los Korucos celebraron, con el corazón por delante, veinte años de historia en la escena del ska mexicano. El recinto, lleno hasta el último rincón, vibró con una energía que pocas bandas logran convocar: familias completas, niños emocionados, adultos que llevan dos décadas siguiéndolos y una multitud de fans enmascarados con la icónica botarga que se ha convertido ya en un amuleto de buena suerte para la agrupación.
La fiesta comenzó a lo grande. En el centro del escenario, un trompo real de pastor giraba como parte de la escenografía, mientras un taquero repartía tacos a los sorprendidos asistentes de las primeras filas. Así, fieles a su estilo irreverente y profundamente mexicano, Los Korucos no solo ofrecieron un concierto: ofrecieron una celebración popular, un ritual de barrio llevado al corazón de uno de los teatros más emblemáticos de la capital.
El arranque no pudo ser más significativo: el grupo abrió con “Hijo e’ su…”, un homenaje explosivo a Tin Tan que desató los primeros coros y marcó el tono festivo de la noche. Desde ese instante, cada canción fue una detonación colectiva. Sonaron “Dale un dulce al chamaquito”, “Hierba mala”, “Puras fallas”, “Oye bombón”, “Marichu”, “Florecitas”, “Dame un tiempecito”, “Eres tú” y “Cocodrilo” —esta última pieza inmortalizada por La Maldita Vecindad—, entre muchas otras que forman parte del ADN sonoro de la banda. También hubo espacio para clásicos del ska mundial, como la celebrada versión de “Sally Brown” de Bad Manners, que unió generaciones en un solo vaivén de metales, risas y brincos.
Uno de los momentos más festivos llegó con “Ska de la caguama”, un cover que, con los años, se volvió indispensable para los fans y se queda sonando en la cabeza. La interpretación levantó al público de sus asientos y encendió la euforia que ya se sentía inevitable: el Metropolitan estaba convertido en un enorme salón de baile donde convivían abuelos, padres y niños intentando seguir el ritmo y muchos jóvenes skankeando que encontraron en Los Korucos un puente directo con la tradición del ska mexicano.
La noche, sin embargo, guardaba aún sorpresas. En el escenario desfilaron invitados que elevaron el festejo a una cumbre histórica. El Costeño entró entre risas y ovaciones; 8 Kalakas incendió el ambiente con su potencia característica; Manueloko de La Tremenda Korte aportó esa vibra rebelde que lo distingue; Deals de Out of Control Army sumó la elegancia del two-tone; y miembros de Sekta Core sellaron el espíritu combativo que define al ska capitalino. Cada aparición fue un guiño a la hermandad que existe dentro del movimiento, una muestra de que Los Korucos han construido no solo un repertorio querido, sino una comunidad sólida que los acompaña y los reconoce como una de las bandas más importantes del género en México.
El cierre llegó con la emotiva “Abre los brazos”, una despedida luminosa que dejó al público cantando a una sola voz, al ser uno de sus primeros hits, como si el Metropolitan se hubiera transformado en un coro monumental. Era evidente que nadie quería que la fiesta terminara: veinte años no se cumplen todos los días, y esta noche, Los Korucos demostraron que dos décadas pueden sentirse como el inicio de algo todavía más grande.
Entre trompos de pastor, botargas, invitados estelares y una escenografía que fusionó humor con identidad cultural, Los Korucos celebraron su historia honrando lo que siempre los ha hecho únicos: su capacidad de unir generaciones, de llenar teatros con espíritu de calle y de tocar emociones profundas sin perder la sonrisa ni el ritmo. El ska mexicano tuvo anoche un recordatorio poderoso: los escenarios pueden ser templos, pero los corazones que se unen para bailar son los que hacen historia. Y Los Korucos, sin duda, siguen escribiéndola.